El spicy no empieza con Las 50 sombras de Grey, sino que termina.
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Foto de Pixabay |
No paro de leerlo por las RRSS. Cada vez que alguien se
tropieza con una mala novela romántica o una mala adaptación cinematográfica de
un clásico, no falta la aguililla que enseguida
se da cuenta de que el temita viene cargado de spicy y nos dice: desde Las 50 sombras de Grey …
Y una vez que salta la liebre, ya sea en el mismo arranque o
a las pocas páginas o escenas de la película, el spicy figura como el glutamato monosódico que se
añade a los alimentos y que te sensibiliza el paladar para que todo lo que
venga detrás, por pobre en calidad o espantoso que sea, te sepa a gloria.
Sin embargo, la lectora de romántica veterana sabe que el spicy
no lo inventó Grey, sabe que venía de atrás, que comenzó en la década de los 80
y se había ido haciendo cada vez más explícito y variado con las décadas. Entonces,
no causó ningún revuelo, era simplemente un ingrediente más, el que faltaba, y
que cada una tenía que rellenar por su cuenta para completar la fantasía
romántica: el sexo de nuestros sueños.
De pronto, escritoras y lectoras comenzamos a dedicar tiempo
a imaginar cómo era ese sexo, cómo nos gustaba, como lo esperábamos, y ambas
descubrimos que teníamos una indiscutible inercia a creer que tenía que ser
cómo lo habíamos visto en las pelis o en otros libros, escritos por y para hombres, y no, no era así
como de verdad nos gustaba, teníamos otras preferencias y con esas novelas las
exploramos.
El spicy comienza a formar parte de la fantasía
romántica, ¿de qué forma? Pues como todo
comienzo, lo primero el mito: los protagonistas masculinos adivinaban, o más
bien lo traían sabido de casa, todo lo que nos gustaba, no había que
explicárselo, solo cerrar los ojos y dejarse hacer (ummm).
La lectora, que no es ni nunca ha sido tonta, al contrario
de lo que se suele creer, tomaban nota y sabían que en la vida real, por el
contrario, para tener ese sexo había que ser activa y como se dice en
literatura: «mostrar y no contar» lo que se quería. En otras palabras: ¡tomar
las riendas!
Ahora bien, con el spicy de los 80’s no llegaron las novelas
malas sino todo lo contrario. Atrajo a toda una serie de nuevas autoras dispuestas
a darle a las historias romántica acción, aventura, cultura, suspense… por
supuesto con buena narración, y sobre todo, dispuestas a explorar ese nuevo
camino, el de la sexualidad femenina.
Autoras como Judith Macnaught, Lisa Kleypas, Shannon Drake, Linda
Howard, Susan Elizabeth Phillips, Emily Bradshaw, Robin Schone, (incluso Mary
Balogh se sumó al reto) y tantas otras,
como tiempo después nuestra española Anna Casanovas, e incluso la
mismísima Corín Tellado.
Todas ellas impulsaron el género dándole forma y buena
narración a las fantasías, con la libertad y la madurez que entonces se tenían muy
claras, de que cada mujer era única y que había fantasía para todas: unas más guerreras,
otras más sumisas; unas amantes del peligro otras deseosas de protección; unas de
CEOs y cuellos blancos, otras de cuello azul, etc.
De todas ellas, Robin Schone, y su sorprendente novela erótica El tutor, significó para las amantes del género romántico la obra cumbre del spicy y no Las 50 sombras de Grey. ¿Por qué? Porque estaba muy bien escrita, muy bien argumentada y porque parte de una ignominia triste de nuestra historia, pero real. La ficción como siempre al rescate de nuestra cordura, la que le da la vuelta a todo y, por un rato, saca luz de la oscuridad.
Así que no, Las 50 sombras de Grey no trajeron el spicy, lo que sí trajo en cambio fue la ocurrencia de escribir una fantasía romántica tal cual le saliera de la cabeza a la autora, sin más técnica narrativa. Fue la que abrió la puerta a que cualquiera, leída o no, con formación literaria o no, solo tuviera que encender su imaginación y, como le brotara, como si fuera ella misma la protagonista, contar su historia.
¿Y por qué digo que con ella el spicy termina? Pues porque en estos momentos tenemos tantas legiones de spiciers, tanto empacho de spicy, que las sufridas y veteranas lectoras de romántica, las que aún quedaremos cuando el sunami pase y quedemos embarrancadas y golpeando con la cola la arena, releemos y releemos lo bueno que ya hemos leído, temerosas de comprar algo nuevo por si nos arrojan más spicy recién salido del coco. Quién sabe, igual en este intermedio, descubramos nuevos géneros o sucumbamos a los clásicos las que no lo hacíamos ya.
Por el momento parece que estamos en la fase en la que empieza
a haber más spicy escrito que leído y sé que, en la sombra, aún quedan autoras escribiendo historias de conexión entre esa forma de vida que dejamos atrás, esa forma de amarnos y de relacionarnos con los demás que era desde luego tan imperfecta en muchos aspectos, con esta forma de hoy de distanciarnos e individualizarnos, de limitarnos con mandamientos que nos dictan otros, de exhibirnos por las redes, y de martirizar nuestro cuerpo y nuestra salud para satisfacer un sexo que finalmente solo queda en palabras, decepción y soledad.
Nos queda mucho que construir y lo haremos, en ello estamos. En mis novelas cada historia sigue su camino único por el que transitar el mundo de ahora, el que tenemos, sin fantasy.
¿Tú cómo lo ves?
Oh, cuánto lees del tema y qué bien escrito está todo. Yo es que creo que no me he leído una novela erótica en la vida, salvo igual los cuentos de Eva Luna de Isabel Allende, porque a Sade y Henry Miller los considero más porno que eróticos, desde luego. Bueno, me leí con gusto Malena es un nombre de tango y Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, un saludo.
ResponderEliminarHola, Maricrónica. En este género, lo que entendemos por novela romántica erótica no se corresponde exactamente a ninguna de las dos categorías que has dicho. Se trata de sexo explícito hecho al gusto de la mujer y con sentimientos, ternura, preliminares, etc.
EliminarEn general no hay lo que se suele entender por novela erótica como lo entendía Anaïs Nin o los que publicaba La sonrisa vertical, en las que el sexo es el centro y no el amor ni tienen el mismo carácter. En estas más sugestivo, poético, incitante, metafórico, picarón y en las románticas eróticas más literal y explícito.
Las mías tienen dos o tres escenas eróticas, lo que yo considero que pide la historia, y mi estilo es una mezcla de los dos anteriores: romántico, explícito, sugerente y metafórico. Mi lectora tendrá que cerrar los ojos y pensar en lo que le he dicho para sentir lo mismo que la protagonista. Gracias por leerme.