El narrador en primera persona presente de indicativo en la NR actual.


Para situarnos, me refiero a ese narrador protagonista que cuenta la historia en el más riguroso presente, tal cual le sucede, como si el lector se encontrara flotando a su alrededor ciego,  al menos esa es la impresión que a mí me causa, o como si se hallara fuera de la escena y se la fuese contando a través de un Walkie-talkie.
 
Se trata de un personaje o un testigo de la historia que la cuenta desde su punto de vista inmediato, sin contrastar, sin distancia, sin escuchar otra opinión, lo que  dependiendo  de su estilo de comunicación, puede ser una experiencia muy agradable o un monólogo interminable. Equivale a esa persona habladora que monopoliza la conversación y que si tiene gracia contando o buena conversación, te alegras de verla; pero si se enrolla con banalidades, nos impone sus opiniones, nos despacha sus críticas o nos vuelca sus quejas, salimos huyendo.

“Salgo de la cama que también hace las veces de sofá, con cuidado. Los muelles crujen cuando me pongo en pie. No queda mucho espacio entre la cama y la librería, y tengo que pasar de lado hasta que consigo llegar al recibidor”.

Se dice que el narrador en primera persona es el más íntimo de todos. Nos cuenta una historia que o bien le ha pasado a él o a otra persona (si es testigo de la acción).  En la Novela Romántica, al tratarse de un género que exalta los sentimientos, esa cualidad, la intimidad, nos parece muy deseable. El problema surge cuando la intimidad se extiende a todo lo que le pasa por la cabeza y todo lo que percibe y esa intimidad se expresa con una única voz y una única forma de ver e interpretar el mundo, entonces nos encontramos conque es la autora (o el autor, menos frecuente en este género) la que monopoliza todas sus obras.

El segundo aspecto cuestionable de esta narradora, es el tiempo. Si la historia está contada en pasado, a pesar de su subjetividad, al menos sabemos que ha contado con la debida distancia para haber reflexionado sobre lo sucedido y haber dado coherencia al relato. Este se emplea, entre otras, en las memorias, y se alterna con presente (histórico o habitual), para traer al lector al ahora cuando es necesario. Así se han  contado grandísimas novelas a lo largo de su historia.

Y por fin llegamos a ese presente inmediato y telegráfico que está tan  de moda, ese en el que tú lectora no sabes desde dónde escuchas a la narradora, ni por qué no puedes verlo por ti misma. Se suponen que estás leyendo un libro, porque eso es lo que hacen los lectores, brincando entre diálogos robóticos en unos casos, o cargados de información en otros, en el que un interlocutor le dice al otro:“ –Como bien sabes…” y aún así le vuelca un montón de información que ya conoce, pero que no tiene más remedio que escuchar para que la lectora se entere también.

La estrechez de las posibilidades que ofrece ese tipo de narración convierten a la protagonista  en una narcisista (lo digo en femenino porque suele ser la protagonista femenina la que habla) y describirse a sí misma de arriba abajo por su reflejo en una superficie brillante, y para no caer en engreimiento se ve obligada  a ser modesta y describir algunos defectos que luego otro personaje se encarga de desmentir y con ello otra serie de recursos burdos y más que evidentes, que dejan ver toda la tramoya.

Este estilo narrativo no habrá surgido por casualidad y sin duda nos está diciendo algo. Tal vez tenga que ver con la hiperactividad y el exhibicionismo de hoy, que exige contarlo todo con rapidez y con todo lujo de detalles, sin importar que no sean más que los prejuicios del narrador o hechos parciales,  lo imprescindible es facilitarle al lector la tarea, dárselo masticadito y sencillo, en el lenguaje de la calle, para que no pierda tiempo; contarlo todo con pelos y señales para no tener que tirar de imaginación. La lectura deja con ello de facilitar la introspección y la reflexión, deja de ser una actividad que nos ayude a conocernos a nosotros mismos y al mundo, para convertirse en un mero consumo, una distracción más.

Stefan Sweig en su libro: El mundo de ayer: memorias de un europeo, ya comenzaba a percibir el principio de este fenómeno y dice al respecto refiriéndose a los cambios que trajo la I Guerra Mundial en el arte en general y en la forma de narrar en particular: “ Se suprimieron los artículos determinados, se invirtió la sintaxis, se escribía en el estilo cortado y desenvuelto de los telegramas, con interjecciones vehementes”.

Claro que a todo esto, me diréis, se puede llegar igual con cualquiera de los otros narradores que existen en la novela, y sí, es cierto, pero no con la misma facilidad; cuesta más dominarlos y no está tan al alcance.

¿Y es verdad que no funciona, es verdad que ese narrador es cargante, o es que está mal empleado?

Como suele ocurrir en el arte, nada está equivocado, solo tiene que encontrar su propósito y servirlo bien. Por ejemplo, en El curioso incidente del perro a media noche, de Mark Haddon, no solo está escrito así sino mucho peor; sin embargo, tiene su porqué y justo por eso conmueve al lector, utiliza el único recurso que es más poderoso que una historia bien contada, que es la que no se cuenta y aun así el lector deduce.

¿Y vosotras, qué opináis, os gusta este narrador, conocéis otros casos en que sí haya funcionado?

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